Otoño en ... por María Aranguren
Otoño en Marseille
No hay rojos ni ocres, no hay naranjas ni marrones. No hay color ciruela, ni tampoco color vino.
El mediterráneo seca todos los colores, los bebe con rabia, sediento, los desangra, y se guarda la savia .Son los pigmentos de los alquimistas y de los brujos marinos.
El mar se enfermó cuando el hombre mató a su madre. De ella sólo recuerda que el azul es un color hecho de todos los colores. Y desde entonces no puede permitir otro rival que no sea el sol o el acantilado. A ellos les deja los colores del olvido, el blanco y el dorado.
Una bruma, un gris a lo lejos, recuerda que el solsticio se nos derramó de las manos y tardará en regresar.
Apresurado llega el mistral, quita el gris de un manotazo y la ropa vuelve a colgar del alambre.
El faro espera el momento de anunciarlo, le abre la entrada al puerto, y los marineros secan la ceniza de los bolsillos.
Sin el faro y su palabra no habrá sábanas que sequen el sudor de la larga noche de insomnio. Alguien armará un sabor de castaña y quizás el otoño entre.
Su paso escurridizo buscará los árboles de la St-Victoire.
Será el inmigrante sin papeles, el visitante no deseado, el violador de la noche y los árboles esconderán su vergüenza en un amarillo pálido.
Esperarán el pincel de Cézanne que sin prisa, se llevará las hojas.
María Aranguren
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